Pepe Mujica nació el 20 de mayo de 1935 en Montevideo. En enero de 2025, ya con su salud muy deteriorada, se despidió de la vida pública. “Lo que pido es que me dejen tranquilo. Ya terminó mi ciclo. Sinceramente, me estoy muriendo. El guerrero tiene derecho a su descanso”, dijo entonces al semanario Búsqueda. Desde hacía semanas recibía cuidados paliativos en su chacra de Rincón del Cerro, acompañado por su compañera de vida, Lucía Topolansky.
Su ausencia en las elecciones municipales del último domingo confirmó lo que ya se sabía: Mujica estaba muy grave. El actual presidente y su heredero político, Yamandú Orsi, fue quien anunció la noticia en la red X: “Te vamos a extrañar mucho, Viejo querido. Gracias por todo lo que nos diste y tu profundo amor por tu pueblo”.
El pueblo uruguayo podrá despedirse de su expresidente entre el miércoles y el jueves al mediodía. El cortejo fúnebre partirá desde la Torre Ejecutiva y recorrerá sitios emblemáticos como la sede del Frente Amplio y el Movimiento de Participación Popular, hasta llegar al Palacio Legislativo.
Una vida de película
“Me iré con el último aliento y donde esté, estaré por ti, contigo, porque es la forma superior de estar con la vida”, dijo Mujica el 28 de febrero de 2015, en su último acto como presidente, al entregarle la banda presidencial a Tabaré Vázquez. Tenía 80 años y se despedía con un mensaje cargado de emoción y compromiso.
Había llegado a la presidencia el 1 de marzo de 2010, consagrado en las urnas como referente del Frente Amplio. Durante su mandato se aprobaron leyes pioneras en la región: la legalización del aborto, el matrimonio igualitario y la regulación del mercado del cannabis. Pero además de su agenda progresista, Mujica fue símbolo de una forma de hacer política basada en la coherencia, la sobriedad y la cercanía con la gente.
Vivía como pensaba. Donaba casi el 90 % de su salario presidencial y seguía residiendo en su chacra, cultivando flores y verduras, escuchando tango y sin más lujos que los necesarios. Esa forma de vida llamó la atención del cineasta Emir Kusturica, quien lo retrató en el documental El Pepe, una vida suprema.
De la lucha armada a la presidencia
Pepe Mujica comenzó a militar muy joven, primero en grupos anarquistas, y luego se volcó hacia el marxismo. A principios de los años 60 se sumó a los Tupamaros, una guerrilla urbana inspirada en la Revolución Cubana. Participó en varias acciones armadas, incluyendo la recordada toma de la ciudad de Pando en 1969. Fue baleado, encarcelado, y protagonizó una fuga cinematográfica de la cárcel de Punta Carretas junto a más de un centenar de presos políticos.
Durante la dictadura iniciada en 1973, Mujica fue uno de los nueve “rehenes” de la dictadura militar. Pasó casi doce años detenido en condiciones infrahumanas, aislado en cuarteles y con graves consecuencias para su salud física y mental. “Hablaba con las hormigas”, llegó a contar sobre ese tiempo. Pero logró resistir y reconstruirse a través de la lectura y la escritura. Recuperó la libertad en 1985 gracias a una amnistía.
El regreso a la política
Con la vuelta de la democracia, Mujica se convirtió en figura clave del Frente Amplio. Fue diputado, senador y en 2005 asumió como ministro de Ganadería en el primer gobierno de Tabaré Vázquez. Su estilo directo y despojado lo hizo ganar una enorme popularidad. En 2009 fue electo presidente y marcó una etapa inédita de transformaciones.
También tuvo gestos que quedarán para la historia, como el pedido de disculpas en nombre del Estado uruguayo por la desaparición de María Claudia Iruretagoyena, nuera del poeta Juan Gelman. Sin embargo, su gobierno no estuvo exento de controversias, como las dificultades para avanzar con la anulación de la Ley de Caducidad o el cuestionado nombramiento de Guido Manini Ríos como comandante del Ejército.
“Un viejo loco con la magia de la palabra”
Mujica siempre habló sin rodeos. “La vida es hermosa. Con todas sus peripecias, amo la vida. Y la estoy perdiendo porque estoy en el tiempo de irme”, dijo en una de sus últimas entrevistas al New York Times. Cuando le preguntaron cómo quería ser recordado, respondió: “Como lo que soy: un viejo loco que tiene la magia de la palabra”.
Su preocupación por la integración sudamericana fue una constante. Admirador de Bolívar y Artigas, soñó con una región más justa, menos dependiente y más unida. “No veo la integración para mañana. Estoy pensando en 25 o 30 años”, dijo en una de sus últimas visitas a Buenos Aires, ya en silla de ruedas pero con la lucidez intacta.
José Mujica fue mucho más que un presidente: fue un símbolo de humildad, resistencia y compromiso. Un dirigente que abrazó la vida con sus contradicciones, y que deja una huella profunda en la historia de Uruguay y América Latina.